La noción milenaria del binarismo de género, que es claramente ideológica y no corresponde a la realidad objetiva, debe sustituirse por un no-binarismo realista, que puede expresarse como conjuntos difusos de género, formados por afirmaciones personales de identidades difusas. Una identidad difusa no se define por un sí o no, sino por un más o menos, desarrollado según una lógica informal o difusa.
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sábado, 22 de agosto de 2009

Binarismo y no-binarismo

Por Kim Pérez

DEFINICIÓN DEL BINARISMO SEXUAL

Hablamos de binarismo sexual y ya es hora de definir los conceptos.

Binarismo sexual es la afirmación de que hay dos sexos, que llamaremos A y B, y que A+B = 100 % de la población.

Esta afirmación está recogida en nuestro ordenamiento legal.

¿Con qué criterio se establece la asignación de cada persona al sexo A o al sexo B?

Ingenuamente, espontáneamente, podemos pensar que por la presencia en ella de genitales femeninos o masculinos, respectivamente (o viceversa).

Pero no es tan sencillo, porque existe, por lo menos, un segmento de la población, relativamente numeroso (alrededor de un 2 %) cuyos genitales son ambiguos y que, sin embargo, son asignados, de hecho y de derecho, en A o B.

Por tanto, el criterio de asignación es que todas las personas se distribuyen en A o B por decisión social, fundada sobre todo en la observación de los genitales externos, pero también en conveniencias prácticas. En general no es arbitraria, pero a veces puede serlo.

La lógica dice que una distribución de las personas reales (P) en un sistema binario (A+B=100) basado en última instancia en una decisión social, es voluntarista. Como no lo es en cuanto a P, cuya existencia multisexuada es independiente de la voluntad humana, el voluntarismo afecta al sistema A+B=100.

Esta conclusión resulta ya sorprendente para quien no haya reflexionado nunca sobre ella: ¡el sistema de los dos sexos, que parece tan natural, es un voluntarismo!

No es la realidad! Es lo que quisiéramos que fuera la realidad! O mejor dicho: es lo que se quisiera que fuera la realidad, porque muchas personas no nos encontramos a nosotras mismas en esa realidad.

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HISTORIA CULTURAL DEL BINARISMO

Como la mayoría de las personas se pueden definir como hombres y mujeres, muchas culturas se quedan en eso y hacen abstracción de cualquier otra clase de personas.

Así funcionaban Grecia y Roma, planteando además el dominio del padre de familia, que era el único sujeto de derechos.

Si lo que primaba era la condición de padre de familia, por definición se tomaba en consideración sólo a quienes llegaban de hecho a ese estado. Se formaba un binarismo asimétrico, en el que los derechos de propiedad del padre –patrimonio- se ponían en función de los intereses y obligaciones de la madre –matrimonio- en cuanto madre de familia.

En aquella sociedad patri/matrimonial no había en un principio lugar para los intersexos. Cuando nacía un hermafrodita se entendía que era un prodigio querido por los dioses, lo que lo dejaba con un aura de misterio, pero fuera del sistema social. Sin embargo, con el tiempo, la llegada del culto extranjero de Cibeles a Roma, en el que las galas se automutilaban en un frenesí callejero, adoptando desde entonces una identidad femenina, y a tal precio, mostró que lo binarista no se mantiene ante lo no-binario, es siempre un voluntarismo que la realidad desmiente de una manera u otra.

La otra gran fuente de nuestra cultura, la judía, se formó como moral contrapuesta a la de los baales, o dioses de la naturaleza siríacos, cuyos cultos eran con frecuencia orgiásticos e incluían a los hieródulos o prostitutos sagrados.

Como contraposición, como moralización y espiritualización, formuló reactivamente un nuevo binarismo, en el que la relación generadora entre hombres y mujeres era la única concebida, polígama al principio, monógama después, y desde luego de forma más igualitaria, lo mismo que se había proscrito la esclavitud.

Conviviendo los judíos con otros pueblos, en los que había harenes y eunucos, trataron respetuosamente a éstos, e incluso el judío Jesús elogió metafóricamente la castración y su discípulo Felipe mantuvo una cordial conversación con uno de ellos, abriendo paradójicamente un camino hacia un no-binarismo místico que después siguió vivo entre los ortodoxos pero se extinguió entre los católicos.

El rigor dogmático que afligió después al catolicismo se tradujo en un binarismo que, en su manifestación heterosexual, llegó a no dudar en quemar a homosexuales. Sin embargo, al mismo tiempo no dejaba de haber actores que en el teatro hacían los papeles de mujeres (aunque dentro de la marginación general del mundo del teatro), en pensarse en hombres hermosos que podían pasar por mujeres, como la histórica “Bella Mexía” o el que retrata Cervantes en la segunda parte del Quijote, o en mujeres que de hecho luchaban como los más valientes soldados, el caso de la Monja Alférez.

El no-binarismo siempre pujando por salir a flote en medio del más fiero binarismo. Lo natural saliendo como la hierba viva entre las losetas del voluntarismo.

Contrasta con estas tradiciones la de los pueblos amerindios, más primitivos o más civilizados.

La tradición amerindia es generalmente no-binarista. En ella se considera natural que haya hombres, mujeres, hombres-mujeres y mujeres-hombres.

Un sueño del adolescente puede decidir su identidad de género y su status social, dentro de una sociedad muy desigual por sexos. Pero si el muchacho queda rebajado al status sumiso de las mujeres –no hay sociedades perfectas-, la muchacha puede ascender a ser un guerrero de pleno derecho.

En ambas situaciones, adquirían la plenitud de los derechos y las obligaciones correspondientes. Debían hacer las funciones sociales asignadas a su sexo y podían casarse con hombres o mujeres, respectivamente. Y todo ello sin que mediase mutilación alguna sobre sus cuerpos. Era, literalmente, el reconocimiento de un cambio de género, por decisión personal.

Tal tradición era tan universal en las culturas amerindias que, donde éstas sobreviven con más fuerza, por ejemplo en algunos pueblos de México, pervive y crea formas particulares como la de los o las muxes.

En resumen, el binarismo no es natural (sería universal) sino que depende de tradiciones culturales; el no-binarismo aparece o reaparece persistentemente en cambio como la fuerza de la naturaleza frente a la de la cultura.


ERROR EN LA FUNDAMENTACIÓN FILOSÓFICA DEL BINARISMO COMO VOLUNTARISMO

Conviene sin embargo deshacer la convicción de que en el fondo el binarismo es lo natural y lo que no se ajusta a ello es lo excepcional, y en el fondo lo patológico, en la medida en que esta convicción puede estar gravitando sobre las mismas personas que vivimos realidades no-binarias, limitando nuestra capacidad de afirmación propia.

Puede insistirse en que la existencia de una minoría de personas es una realidad patológica que no altera la regla de fondo; “la excepción confirma la regla”, se dice; simplemente debe ser subsanada lo mejor posible con arreglo a ella.

Siguen un sistema de pensamiento platónico según el cual el sistema binario es una realidad ideal que tiene prioridad sobre la realidad material, que depende de la anterior como un edificio de su proyecto.

En este sentido, “la regla no queda disminuida por la excepción o irregularidad”, que debe ser laminada o cepillada para que se ajuste al modelo.

Si en esta metáfora pasamos de las casas al ser humano, nos encontramos con que esta manera de pensar se convierte en una amenaza directa contra los seres humanos discrepantes de pretendidas reglas naturales.

Es que una cosa somos los seres humanos, existentes entre animales, árboles, rocas, mar, y otra cosa son los proyectos que podemos trazar los seres humanos.

Es cierto que hemos encontrado una regla general, la razón, que rige y ordena el Universo. Las Matemáticas se expresan en la Física, y las reglas matemáticas de la Física podemos encontrarlas tras ardua observación.

Pues bien, no hemos encontrado todavía una regla matemática y absolutamente racional que gobierne las relaciones humanas. En su ausencia, debemos limitarnos a observar; de la observación, pasamos a la abstracción conceptual de lo común a varias realidades, y de aquí a la generalización y formulación de reglas, nos damos cuenta de que éstas dependen de la observación de la realidad y no viceversa.

Es decir, que las excepciones no confirman las reglas, sino que las destruyen, y hay que buscar otras nuevas.

Si se cree que la regla básica de la sociedad humana es que está compuesta por hombres y mujeres, y se observa que en la realidad existen personas que no son hombres ni mujeres, entonces es que aquella regla (binarismo) no vale, y hay que buscar otra (no-binarismo).

Por tanto, insistir en la primacía del error binarista, que es una idealización platónica, no una observación de la realidad, y llevar esta primacía a la práctica, es puro voluntarismo; dicho más claramente, empecinamiento en que las cosas sean como quiero y no como son.


DEFINICIÓN DEL NO-BINARISMO SEXUAL

El no-binarismo sexual parte de la observación de la realidad y constata que existen muchas formas de sexualidad en las distintas personas.

En cuanto a los cromosomas, por ejemplo, considerados como la última diferenciación entre hombres y mujeres, hay mujeres (sociales) XX o varones (sociales) XY, también personas XO, XXY, o con mosaicos cromosómicos mucho más complejos, y también mujeres sociales XY, asignadas por la forma de sus genitales en el momento de su nacimiento.

Todas estas realidades suplementarias de la mayoritaria han sido tradicionalmente consideradas intersexuales o hermafroditas, lo que es una última concesión a la idealización binarista: sólo se conciben las diferencias como realidades definidas en última instancia por los dos sexos normativos, dándoles un estatuto intermedio que cuenta con ellos por lo menos como referencias.

La verdad es que existe una multiplicidad de realidades sexuales y cada una de ellas es válida por sí misma y está autorreferenciada.

Siendo la sexualidad, fundamentalmente, una estrategia para la reproducción de las especies fundada en el intercambio de genes, se podría pensar en un estatuto superior para las realidades sexuales funcionalmente reproductivas, y uno inferior para las no reproductivas.

En principio es así; pero la rigidez de esta afirmación se desdibuja cuando se entiende que la reproducción es una función de la especie y no de sus individuos. Existen especies, como las abejas, que han conseguido una funcionalidad reproductiva generando una inmensa mayoría de individuos no reproductivos que asisten a los reproductivos, necesitándose mutuamente los unos y los otros para que su colectividad subsista. Es cierto que no habría reproducción si no hubiera reina y zánganos, pero también es verdad que no comerían y morirían si no hubiera obreras no reproductivas.

Por tanto, es legítimo pensar que no hay errores de la naturaleza, sino variaciones y juegos combinatorios de elementos que tienden todos a una mejor adaptación de cada colectividad concreta, o de cada especie en general, a las condiciones de la realidad.


CONJUNTOS DIFUSOS DE IDENTIDADES

La realidad sexual humana es multiforme y cada una de sus formas es autorreferenciada y por tanto válida.

Configura una gran variedad de formas, y dos de ellas reúnen objetivamente a la gran mayoría de la población, siendo funcionalmente reproductivas (a diferencia de la realidad sexual de las abejas o las hormigas, habiendo conseguido éstas sin embargo contar con una población muchísimo más numerosa que la humana, lo que avala su estrategia).

También objetivamente, en la sexualidad de la especie humana, aunque las mayorías sean como son, existen minorías que se pueden distribuir en conjuntos discretos, es decir cualitativamente definidos, muy distintos, y conjuntos cuantitativamente distinguibles, cuya separación es menos definible: existen por poner dos ejemplos conjuntos objetivos de personas XO, cualitativamente distinguibles de los conjuntos de personas XX o XY, y existen conjuntos de personas XY hipoandrogénicas, distinguibles cuantitativamente de las personas XY ortoandrogénicas, aunque la separación se da dentro de un continuo.

La variedad objetiva de la sexualidad humana se hace más compleja cuando se pasa de lo objetivo u orgánico a lo consciente; el ser humano tiene la capacidad de elaborar conceptos sobre la realidad, mediante el descubrimiento de factores comunes; cada concepto sobre la propia realidad sexual es una identidad y cada identidad tiende a convertirse en un nombre (lo que en el lenguaje común se llama “etiqueta”).

La identidad por tanto es un hecho de pensamiento y más aún, una abstracción. Pero también, en la complejidad humana, es un sentimiento; no es sólo un “soy” sino un “quiero ser”, es una expresión de la voluntad que corresponde, como ella, a necesidades objetivas más o menos racionalizadas.

Queda claro que las realidades y las identidades son cosas diferentes y que las identidades pueden ajustarse en diferente grado a las realidades de que toman consciencia. Las realidades están; las identidades se buscan, con más o menos acierto, y están sometidas a un proceso histórico y colectivo de ajuste fino. Por ejemplo, algunas personas nos hemos entendido sucesivamente como afeminados, transvestistas, transexuales, intersexuales, “queer” (desafiantemente “raros”) y nos entenderemos en el futuro de otra manera.

Las identidades son simplificadoras, en la medida en que en la práctica existe un proceso de selección de los conceptos que son entendidos por la mayoría de las personas. Si yo dijera que me considero una persona XY hipoandrogénica con disforia genital, definición bastante exacta, cada uno de esos conceptos caería como un mazazo apartando a más y más personas de la comprensión de lo que quiero decir; y sin embargo es lo más preciso a lo que he llegado, es mi identidad más depurada. Sin embargo, si digo que soy transexual, casi todos me entenderán en estos años; ésta es mi identidad social. Muchas personas se entienden a sí mismas sólo con estos conceptos sociales. Y otras muchas, en esta cultura binarista, tienen que simplificar más aún y se entienden como simplemente varones o mujeres, sea cual fuere su realidad sexual. Pero quedarse aquí sería una abdicación del conocimiento y de la voluntad.

Porque podemos aspirar a lo más verdadero y no a lo más fácil de pensar, en la relación entre conceptos y realidades, entre lo que se piensa y lo que se es. Yendo más lejos que esa simplificación, en la abstracción o conceptuación, con el juego de las diversidades objetivas se puede llegar a constituir una diversidad identitaria. En la medida en que estas diferencias identitarias quieren expresar diferencias reales u objetivas, unas cualitativas, otras cuantitativas, y lo hacen de manera conceptual o subjetiva, pueden dar lugar a una serie de conjuntos difusos de género, definidos por en la práctica por las identidades.

Así, sobre la base o punto de partida del conjunto objetivo de las personas XY que han desarrollado una funcionalidad genital, se constituye el conjunto difuso de las personas con identidad varonil (siendo distintas la realidad objetiva y su conceptuación y valoración identitaria), distinción que crea un margen entre una y otra que puede incluir a personas con distintas fórmulas cromosómicas, incluso XX, o distintas realidades fenotípicas, transexuales masculinos y otras variantes sexuales, pero que comparten una identidad varonil.

Siendo el género la construcción cultural elaborada sobre el sexo y la sexualidad (o conducta biológicamente determinada), es decir, también un juego conceptual, estas personas que asumen una identidad varonil asumen formas de género masculino para expresarla: ropas, nombres, gestos, conductas, aficiones, etcétera.

Lo mismo puede decirse del conjunto difuso de las personas con identidad femenina. Observamos las mismas relaciones entre una mayoría de personas XX que han desarrollado una funcionalidad genital, a las que se unen personas con otras fórmulas cromosómicas o distintas realidades fenotípicas. Ahora bien, puesto que identidades y género dependen de los conceptos a que hayan llegado la persona y su sociedad, cuando la cultura era binarista, era preciso incluir todas las realidades personales en las dos únicas categorías A o B.

Sólo se podía (o se puede) ser varón y mujer, de manera que A+B=100, aunque se podían incluir en A o B otras formas cromosómicas y fenotípicas, como siempre se ha hecho en la práctica, fijándose más bien en las expresiones de género.

Pero el descubrimiento de que el binarismo es un error muy grave permite empezar a construir otros conjuntos difusos dentro del sistema sexo/sexualidad/género.

Por ejemplo, además de los conjuntos difusos de hombres y mujeres, o más exactamente, de personas con identidad varonil o femenil, que seguiría formando la mayoría, se puede formar un conjunto difuso de las personas con identidad variante fenotípica que no se reconocieran en A ni en B.

O este conjunto podría escindirse en una multitud de conjuntos difusos más especializados, por ejemplo el de las personas XY con insensibilidad androgénica y fenotipo femenino o cualquier otro imaginable.

También podría existir el conjunto difuso de las personas con identidad transexual, que prefieren descansar en esta transición y no quieren identificarse con los conjuntos de hombres ni de mujeres.

O incluso el de las personas que transformaran su orientación sexual en centro de su identidad y se reconocieran en una identidad gay, o lésbica, o bisex, o queer, también fuera de A y B.

Al ser las identidades realidades conceptuales y afectivas, a menudo variables, podría observarse cómo estos conjuntos difusos, según el momento histórico, se constituyen, se deshacen, se reconstituyen, se reformulan, crecen, menguan, se multiplican, se escinden, se suman, etcétera, y cómo las personas que se reconocen en las identidades que los definen migran de unos a otros, se sitúan en su centro, en plena ortodoxia, o en sus márgenes.

La imagen que resulta es de una extrema movilidad, que afecta incluso a los dos grandes polos del conjunto difuso de los varones y el de las mujeres, haciéndolos crecer con adhesiones voluntarias o disminuir con alejamientos y ver aumentar su centro o su periferia.

La figura se completa con las personas que se nieguen a insertarse en ningún conjunto, permanente o pasajeramente, y que prefieran ser identificadas por su realidad personal y sus prácticas.

Este esquema corresponde mucho mejor a la realidad que el esquema binarista y sin embargo prevalecerá con dificultad. Una de las razones por las que encontrará muchas resistencias, será que todos estamos educados en un sistema binarista. Sabemos que existen hombres y mujeres y punto. Entendemos las expectativas de unos y otras. No es difícil, puesto que se trata sólo de dos categorías. También podemos entender que otras personas quieran ser hombres o mujeres.

No estamos habituados a ver personas que se sitúan fuera de ese esquema binarista. No hemos oído hablar casi de ellas. No las entendemos. No sabemos cuáles pueden ser sus expectativas. Nos parecen extraterrestres. Nos hacen sentir miedo a lo desconocido. A algunos, este miedo les lleva a querer que desaparezcan, a querer incluso matarlas o por lo menos, agredirlas.

Al verlas pasar por la calle, con un aspecto ambiguo, quizá un rostro enérgico y lampiño, quizás unas caderas algo anchas encajadas en unos pantalones, quizá unos pies grandes, nos preguntamos “¿Es un hombre o una mujer?” y al quedarnos encerrados en usa respuesta binarista, tenemos que responder: “No sé”, abriéndose todas las incertidumbres e incluso toda el ansia de encontrar una respuesta binarista. La respuesta correcta sería: “La pregunta está mal formulada”.

Si estuviéramos habituados a verlas, y sobre todo a conceptuar su existencia, probablemente sabríamos cómo son y las entenderíamos. Probablemente formarían parte del paisaje, como ya pasa con las trans, a las que, grosso modo, ya casi todos nos entienden.


PERSPECTIVAS POLÍTICAS Y CULTURALES DEL NO-BINARISMO

Una metáfora relativa a otra clase de identidades fuertes, las nacionales o políticas o sociales, puede ser útil: Abandonaríamos la dialéctica de nacionales y extranjeros, izquierdas y derechas, resumible en un nosotros y ellos, y su estimulante pero inapropiado juego de oposiciones y enfrentamientos, y nos reconoceríamos dentro de un sistema múltiple o incluso dentro de sistemas múltiples: españoles, catalanes, franceses, ingleses, alemanes, marroquíes, argentinos, ecuatorianos, etcétera; izquierda, derecha, centro, verdes, nacionalistas, integristas, y otro etcétera más, hippies apolíticos, místicos, inmigrantes, personal no cualificado, especialistas, ejecutivos, cooperativistas, tenderos de la esquina, accionistas, etcétera.

En estos sistemas múltiples es posible cambiar de nacionalidad, tener doble nacionalidad y hasta ser apátrida y por supuesto cambiar de partido o situarse al margen o cambiar de situación social o cultural o religiosa.

Es posible la práctica de alianzas ocasionales o estables, más o menos basadas en afinidades reales o enemigos comunes, y que se llegue también a veces a los trastornadores cambios de alianzas. Es posible también reconocer que hay momentos en los que existen imperios o hegemonías dentro de estos sistemas y momentos en que hay oligarquías o multipolaridades o sistemas más equilibrados.

Volviendo ahora al sistema sexo/sexualidad/género, reconoceríamos que las relaciones entre los conjuntos difusos están a menudo marcadas por la desigualdad de poder y por tanto de la opresión y reconoceríamos que esta opresión se ha dado mayoritariamente entre quienes han tenido el poder político y cultural, los hombres, sobre quienes no lo han tenido, las mujeres. Pero esto es hablando en términos binaristas.

Porque observaríamos también que el poder y su perversión, la opresión, no se pueden entender en términos metafísicos dualistas, como un mal frente a un bien eternos e invariables, sino en términos históricos y variables.

Así, la multiplicación de los sujetos de género que se ha ido produciendo antes incluso de la toma de conciencia de que la realidad sexual es no-binarista, ha permitido comprobar que el poder de los varones no ha oprimido sólo a las mujeres, sino a otros varones, los homosexuales, con mayor violencia si cabe, condenándolos a la hoguera por el solo hecho de ser homosexuales, o a la irrisión pública, penas que no han impuesto a las mujeres por el solo hecho de serlo.

Por supuesto, por no comprender distinciones conceptuales para nosotras vitales, la irrisión y la marginación se han impuesto también a las transexuales, “las más marginadas de los marginados”, como nos definió empíricamente Dominique Lapierre.

Era preciso que hubiera un sujeto de género homosexual y uno transexual para que estas voces se alzaran, y eso ha ocurrido con notable retraso frente al sujeto de género mujer. Pero desde que se alzó, como también ha ocurrido con las mujeres, ha empezado un proceso de empoderamiento.

Las grandes desigualdades que subsisten entre el poder de los hombres y el de las mujeres, las enormes desigualdades que afectan todavía a los homosexuales y transexuales, hacen que sea necesaria y estructural todavía una alianza entre estos tres sectores, unidos sin confundirse, puesto que sus intereses son distintos en detalle. Alianza no significa igualación y menos sumisión de unos a las directrices de otros, sino convergencia de intereses fundamentales y de estrategias.

Pero la experiencia de los oprimidos hace que no pueda dejar de dirigirse una señal de precaución y alerta ante los efectos del empoderamiento, que como todos los poderes tiende a la perversión del abuso, lo que puede llegar a manifestarse en formas de opresión.

En este sentido, tampoco es indispensable que las alianzas tengan lugar sólo entre los conjuntos difusos de género. Es muy concebible por ejemplo una alianza entre transexuales o variantes de género con los verdes, en nombre de un ecologismo que incluya la variación de sexo y de género como un caso más de la variabilidad biológica que debe ser defendida.

La realidad de los conjuntos difusos de sexo y género necesita una expresión cultural, empezando por los recursos de identificación de las distintas identidades.

La sociedad binarista ha creado para empezar sólo dos sistemas de ropa, el de los hombres y el de las mujeres; aunque es verdad que existe hace años la ropa unisex, especialmente en la indumentaria deportiva y la funcional, también es verdad que en las ceremonias o cuando está en juego la atracción, se recurre a prendas máximamente diferenciadas.

Aunque se puede discutir qué hace que una prenda sea femenina, masculina o unisex, en la práctica están en tiendas distintas, o en espacios diferenciados de la misma tienda, y son muy fácilmente reconocibles.

Y responden a un sistema binarista, sólo atenuado porque algunas prendas son válidas para los dos sexos reconocidos.

¿Cabe pensar que en el futuro haya prendas para hombre, prendas para mujer y prendas para ni unos ni otras?

Desde luego, pero situando a los círculos de usuarios dentro del sistema múltiple, variable y no binario del que estamos hablando.

La creación de la ropa es libre y expresiva; quiero empezar por lo más serio, lo que puede expresar los dramas y las experiencias que han acompañado muchas veces a la experiencia no binarista. Los colores chillones usados por personas clasificadas binaristamente como varones eran la bandera de los mariquitas, cuando los colores varoniles eran los severos.

Luego, en los años cincuenta, el negro de los pantalones y los jerseys de cuello cisne del existencialismo francés fue el primer unisex, llegando a formas bellísimas que anticuaban el extremado binarismo de Hollywood.

La dinámica de la moda de la nueva cultura se parecerá más a la de la de las actuales tribus urbanas juveniles que a la de los departamentos comerciales de señoras y caballeros.

Generalmente ha sido no binarista, excepto, lógicamente, en el caso de los pijos, conservadores, que sin embargo, al integrarse dentro del sistema de las tribus como una variante más, aceptaban de hecho un no binarismo envolvente de su binarismo. El proceso por el que los compañeros de clase, al llegar el fin de semana, se desprenden de los mismos chándales que han llevado, y se ponen unas prendas u otras, equivale al de la visión no-binarista, de conjuntos difusos, que ve personas que prefieren definirse como hombres y mujeres entre otras que prefieren definirse alternativamente.

Al frente de cada identidad juvenil alternativa hay un hallazgo estético. Su fuerza ha sido intergenérica, las prendas han podido pasar de unos a otras y de unas a otros. Las chupas claveteadas de los rockeros, las crestas punkis, el maquillaje blanco y negro de los góticos, no han tenido que ver con la distinción binarista hombre-mujer. Han configurado identidades sociales en las que la distinción de sexos podía expresarse, si se quería, con ligeras pinceladas diferenciales.

Únicamente las exageraciones de la expresión las hacían poco “ponibles” a diario, y en todas o casi todas las situaciones. Por eso no soportaban la llegada al trabajo ni la edad adulta y era preciso ver resignadamente la triste abdicación de los muchachos y su entrada en el orden de la chaqueta, el pantalón y la corbata.

Pero cabe suponer la formación de una estética alternativa capaz de identificar como alternativos, y no como hombres ni mujeres, a quienes quieran reconocerse en ella, y que a la vez tenga formas juveniles aparatosas y formas maduras y laborales más neutras y prácticas. De hecho ya existen estéticas gays, algunas más diarizables que otras, como las de los osos, cueros o musculosas. O hay una estética drag que evoluciona de lo más espectacular al casi simple traje de la noche de los findes, estilizando también la superfeminidad de origen hasta el alisamiento de los torsos.

Hacen falta sin duda formas que permitan salir a la calle y hasta entrar en la iglesia con discreción y que sin embargo sean identificables como alternativas, inequívocamente, por cualquier mirada observadora. No tenemos casi referencias en nuestra cultura por su binarismo, pero podríamos encontrarlas recurriendo a la intuición creativa de lo que es ser una persona de género alternativo, o más en general, no-binarista.